martes, 28 de enero de 2014

algo que pudieras lanzar lejos


Intentaría vivir todo el tiempo que pudiera sin ninguna enfermedad. 



Quería morir de viejo. Rezaba en la iglesia de rodillas y rezaba en mi cama de rodillas y rezaba en el coche cuando nos íbamos de vacaciones. Señor que no me pase nada, señor quiero morir de viejo. Ese era mi deseo y lo pedía a diario. Permíteme vivir hasta que el cuerpo aguante. Hacía la danza de la lluvia, hacía conjuros, me arrepentía de mis pecados, de mis pajas, de mis romper cristales, me arrepentía para que ese dios que está en el cielo me perdonara y me dejara vivir más. Mis impurezas. Voy a ser bueno. La vida era tan larga que morir de viejo era como vivir eternamente, llegar a viejo era algo borroso, estaba lejos, en el pueblo, en los bancos del parque, en los zapatos limpios, yo era un niño y un niño sabe que no va a morirse nunca, sabe que siempre va a jugar al fútbol y que siempre va a guardar su álbum de cromos y el kimono de ir a kárate y las medallas de las carreras y que el SIDA y la Hepatitis y esas cosas que pasan por hacerlo sin condón eran cosas que les pasarían a otros. Salvo que tuvieras un accidente de coche o alguna enfermedad chunga era imposible morirse. Por eso rezaba yo. Para no ser eso que llaman ser adulto y que implica madrugar y ponerse unos zapatos y unos calcetines negros y coger el coche y comprar el periódico cada día de la semana. Sabía que cuando me diera por comprar el periódico habría llegado mi hora. Estaría listo de papeles. Tendría dinero.

No hay comentarios: