martes, 29 de mayo de 2012

lo que saldrá de aquí 3

Y si llovía te cagabas de miedo porque todo se inundaba, te preguntabas si el agua podría subir hasta el tercero. Vivías en un tercero y le preguntabas a tu madre si pasaría algo, y ella que no, no te preocupes, pero tú te asomabas a la ventana preocupado, y si salías a la calle porque no quedaba más remedio veías el agua correr por las aceras, y las alcantarillas que no daban abasto, el agua por todas partes, el agua que nos matará a todos. 

Cualquier pequeño gesto, cualquier conflicto en Asia, África, cualquier noticia, te hacía pensar en misiles y bombas nucleares, llorabas, no podías dormir, leías comics de Mortadelo y Filemón para no pensar. 

Ir al colegio también te daba miedo.
 
Cuando ibas a parvulitos, no querías separarte de tu madre, llorabas sin parar, decías no quiero, y tu madre te decía que iba a una clase de mamás que estaba al lado. Juan Pablo se sentaba a tu lado, te tocaba el hombro, te decía vamos que no hay para tanto, y tú no entendías lo que significaba eso de no hay para tanto, los niños de tu edad decían cosas, sabían cosas, hablaban mejor que tú, restaban mejor que tú. 

El mundo era un misterio. 

A veces te hacías pis en la cama y tu madre te enrollaba en una manta mientras cambiaba las sábanas, a ti te gustaba estar enrollado y calentito y a tu hermana le daba envidia. 

Compraste Sugus y le ofreciste a tu profesora Paloma. Paloma tenía el pelo largo y negro, era delgada y muy alta. Tu madre también era muy alta. Paloma te dijo gracias cielo, cómetelo tú, y fuiste corriendo a tu silla y le dijiste al compañero, me ha dicho gracias cielo. 

Te gustaba que la profesora te dijera cielo. 

Practicabas judo por las tardes pero solamente aprendiste a hacer el Oso Togari. 

Una vez al salir del cole tan contento agarraste la mano de una señora que no era tu madre, cuando te diste cuenta te asustaste mucho pero enseguida apareció mamá riéndose y te pusiste a correr, feliz. De camino a casa oíste decir a un niño que hablaba con su madre: hoy hemos aprendido la m. Ese niño te pareció estúpido. Llevaba una camiseta blanca con letras azules. Era rubio. 

El camino de casa al colegio lo hacías andando y duraba 5 ó 10 minutos pero siempre parecía un largo viaje donde ocurrían un montón de cosas, lanzabas la peonza cientos de veces, veías el parque y los columpios, pasabas frío en invierno, mirabas el uniforme de los niños del otro colegio, que era gris y granate, el tuyo era gris y azul, te gustaba más el otro, siempre el otro, siempre la vecina del tercero.

viernes, 25 de mayo de 2012

una vida en 30 segundos

La rugosidad de las piedras. Si tuviera que resumir mi vida en 30 segundos, si supiera que voy a morir dentro de 30 segundos ¿qué cosas pasarían por mi cabeza? Me preocupa la rugosidad de las cosas. Puede que lo más maravilloso de mi vida no haya sucedido aún, si me muriera ahora, sentiría que no, que así no, que así tampoco, que todo lo que he hecho no ha servido para nada porque sigo solo, no salto de alegría, llevo solo mucho tiempo, la experiencia de huir, de salir volando, abrir un mapa y decir aquí, señalar con el dedo aquí, por ejemplo, e ir y vivir meses, días enteros que se exprimen como una camiseta mojada, que se retuercen, vivir más tiempo, todo lo que es nuevo te hace vivir más, como un bote de vitaminas, lo dejas todo y construyes cosas en las islas, haces barcas, sales a faenar, andas descalzo por la vida que eliges. Lo consigues pidiendo una excedencia en el trabajo, llamas por teléfono, le echas huevos, decides vivir sin afeitarte y oler mal de vez en cuando, la comida para llevar de cada día, dejar el lexatín, cambiar las píldoras por cortinas que se mueven con el aire, tumbarte en una cama y pensar que mañana, igual que hoy, no sabes qué te va a pasar, necesitas pan, necesitas agua, un poco de arroz y algo de fruta para sonreír. Si tienes sueño duermes, si llueve mucho te detienes a mirar como un paraguas. Todo lo que recuerdo de mi vida pasada es el miedo, el dolor inespecífico, el alquiler en pisos cada vez más céntricos, cada vez más altos, recuerdo una vez, con veintipocos años, que viajé con David a Torrevieja, llegamos por la noche, nos desnudamos y nos metimos en el mar. Yo me tiraba de espaldas contra las olas y gritaba. Puedo describir la vida como algo parecido a eso.

lunes, 21 de mayo de 2012

lo que saldrá de aquí 2

Yo quería conocer a Dios. 

Se lo dije a mi hermana, se lo dije a mis abuelos. 

Realmente lo que dije era que quería ver al niño Jesús. Estábamos todos en el piso de Carabanchel, yo tenía entre 3 y 5 años y mi hermana me dice, pues es muy fácil, solamente tienes que matarte, así vas al cielo y ves al niño Jesús, yo digo, vale, así que me levanto, salgo del salón y camino hasta mi dormitorio, abro la ventana, acerco una silla y me subo primero a la silla y luego al poyete de la ventana para dejarme caer al patio de mi vecina Carmen. Mi madre llegó justo a tiempo. 

 Carmen fue la primera novia que tuve. La primera chica a la que besé con lengua. 

 Pienso que si ahora estoy aquí, en parte fue por la intuición de mi madre, que me vio desde la cocina atravesar el pasillo. Qué cosa pasaría por su cabeza mientras limpiaba el pescado o hacía una tortilla, qué rayo de luz, qué sombra se le apareció, que le hizo pensar: vete a ver que hace este niño que seguro que no es bueno. 

 Poco tiempo después también me pilló dándome besos con mi vecina Carmen. Niño malo. 

Yo creía en Dios. 

Dios y el demonio eran tan reales como el miedo cada noche a sacar las manos por el borde de la cama. 

Mis abuelas eran muy creyentes, mi abuela Josefa le rezaba todos los días a las ánimas benditas, a San Antonio, a Santa Gema, decía que si no rezaba los muebles hacían ruidos, se oían golpes, gritos, hay que rezar a las ánimas benditas, decía, y yo me imaginaba luces de color morado y caras tristes que lloran. 

Cuando te mueres vas al cielo y estás con los ángeles, el cielo no se acaba nunca, yo le preguntaba a mi abuela María Antonia cosas del cielo y de la muerte y cosas del fin del mundo y del Apocalipsis, ella me lo describía todo bonito y azul, todo para que yo lo entendiera. Dios te quiere. Y si te portas mal Dios se enfada. Y yo la acompañaba a misa para portarme bien y le pedía que me dejara el abanico, me gustaba ver cómo las señoras se abanicaban, cómo lo abrían de golpe y se daban en el pecho con el abanico desplegado, zap, zap, zap, zap, zap. Yo hacía lo mismo, déjame el abanico abuela, era eso o escuchar al cura. 

El sonido al abrir y cerrar un abanico es algo que me recuerda a la epístola a los corintios y al perdón de los pecados. 

Una tarde mi vecina Carmen me dijo que le metiera la mano por las bragas, que en las películas lo hacían. Yo jamás había visto nada de eso en las películas, pero obedecí, total, de cine nunca he entendido mucho.

lo que saldrá de aquí

Antes de los 6 años recuerdo que en el colegio nos sentábamos en mesas hexagonales, teníamos uniforme y yo siempre lloraba antes de entrar en clase. Las mesas eran verdes. No recuerdo el nombre de ninguno de mis compañeros. Lo más difícil era aprender a restar y decir cra cre cri cro cru. Las restas eran un misterio para mí, yo veía dos filas de números y una rallita y sabía que aquello era una resta. Mi sistema para averiguar el resultado era sencillo, elegía cuidadosamene algunos números, un poco al azar, un poco por intuición, y ya estaba. Cuando la profesora me corregía todo estaba mal, bueno, a veces alguno de los números era correcto, un 3, un 7. Como no daba con la solución iba llorando a uno de mis compañeros para que me hiciera las restas ¿me lo haces? y mi compañero escribía sus números y yo volvía a la mesa de la profesora con el resultado correcto y una sonrisa. 

No recuerdo el momento en que aprendí a restar de verdad, el momento en que la matemática, el cálculo exacto, resto 3 me llevo 2, entró en mi vida. Me gustaba eso de tener 2 filas de números y sospechar que el resultado estaba ahí, entre esos números que yo debía elegir correctamente. Más intuición que cálculo, más juego que razón, más sospecha que lógica. Cuando empecé a comprender, cuando descubrí que la m iba siempre antes de la p o de la b, todo cambió. 

Por ejemplo el miedo de tener que escribir por primera vez la palabra construir y no saber, un profesor con barba y camisa marrón a cuadros nos hizo un dictado, no era nuestro profesor, era de otra clase pero nuestra profesora estaba enferma y vino el profesor con barba y dijo, dictado, y luego dijo Pedro construyó una casa con ladrillos, y yo miraba a la chica de al lado con horror, la misma chica que sabía que el alcalde de Madrid se llamaba Enrique Tierno Galván ¿el alcalde de Madrid? esa fue la pregunta de un examen, ¿cómo se llama el alcalde de Madrid? y yo ¿cómo? ¿el alcalde? de nuevo miraba a izquierda y derecha sin saber qué poner, ¿para qué quería yo saber el nombre de este señor? Me levanté como para ir al servicio y pude leerlo en el cuaderno de mi compañera de atrás, letra redondita, clarita, letra de niña lista que escribe con cuidado y coge el boli de manera rara. 

Una vez me castigaron de espaldas en el rincón, no recuerdo por qué, imagino que sería por copiar, pero fue un castigo y yo todo me lo tomo muy en serio, me castigaron y yo cumplí mi castigo con disciplina, tenía que ir al servicio, pero estaba castigado y me hice pis encima, luego la profesora, cuando mi madre fue a cantarle las cuarenta me dijo que hay que ver, Manuel Fernando, podías haberme pedido permiso, pero yo no pido nada cuando estoy castigado. Y luego ya se sabe, el dolor, el psicólogo, el lexatin, el sueño oscuro, la presión en el pecho. 

Cuando las mesas dejaron de ser verdes y hexagonales todo empeoró. Ya nunca volví a emocionarme al ver nevar desde la ventana. Aprendí la aritmética, la geometría, la teoría de conjuntos, los polinomios, aprendí el Tratado de Tordesillas y la Química Inorgánica.